Por Alejandrina Cuquejo | Docente | Especialista en Pedagogía | Militante del Partido Solidario Alta Gracia
La educación virtual en tiempo de pandemia ha originado, y revivido, una serie de debates y discusiones sobre la educación pública: La tensión entre el rol de las familias y la escuela, el acceso y la conectividad a la tecnología, la sobrecarga laboral de los docentes, el acompañamiento pedagógico en las tareas de los estudiantes en casa, los saberes prioritarios que debe trasmitir la educación obligatoria, la consideración que debe tener la escuela sobre los contextos económicos y sociales de las familias… entre otras.
La situación de las escuelas, las paupérrimas condiciones laborales de los trabajadores de la educación y las dificultades de enseñar y aprender con la utilización de recursos tecnológicos son realidades que no deberían sorprender a ningún miembro de la comunidad educativa, menos aún, las dificultades de los estudiantes para aprender cuando deben hacer frente a situaciones emergentes en sus hogares que los obligan a trabajar, cuidar hermanitxs, o lidiar con contextos de violencia. Estas cuestiones, aunque la situación de aislamiento social las muestre como novedosas, no son nuevas en el ámbito educativo.
Lo que sí logró la situación de pandemia es poner esta realidad de manifiesto, develar las tremendas desigualdades escolares producto de las desigualdades sociales de origen. Pareciera que hoy la sociedad descubrió que la igualdad de oportunidades educativas no queda automáticamente asegurada para todos y todas por el mero hecho de que la escuela no cobre cuota y el transporte sea gratis.
Estamos viviendo tiempos extraordinarios, la suspensión de las clases presenciales ha puesto en el tapete las situaciones injustas que se viven a diario en las escuelas argentinas, no las profundiza, sino que las muestra, las visibiliza. La desigualdad estaba fuertemente presente desde antes de la pandemia, nunca tuvimos una situación igualitaria.
¿Qué pasará cuando volvamos?
Las crisis no necesariamente implican que luego vendrá un tiempo mejor, pero sí generan una oportunidad. La sociedad parece darse cuenta de que la escuela es una institución que no sólo cuida y enseña a los niños y jóvenes mientras los adultos de la familia trabajan, sino que cumple una función especializada, que trasciende lo estrictamente educativo. La escuela brinda una apertura a un mundo diferente al familiar, otra cosmovisión posible, cuando la escuela enseña, abre un abanico de posibilidades de formas de ser y de pararse frente al mundo.
Es el momento de trabajar para una educación pública que revalorice la tarea de construcción del aprendizaje en el aula, en condiciones dignas de trabajo para los educadores, con propuestas pedagógicas que permitan a los estudiantes desarmar discursos hegemónicos negadores de la igualdad y construir nuevas formas democráticas de vivir en sociedad.
No es nuevo todo lo que salió a la luz sobre la desigualdad de oportunidades educativas, pero sí permitió que gran parte de la sociedad lo visibilizara.
Ahora, lo que queda es la decisión política de crear una educación pública más justa, con un Estado presente, que aporte a la transformación social y no a la reproducción de la desigualdad.